Libros

Recuerdo la imagen en blanco y negro, de un chico con rostro triste, metiendo sus dedos por el bolsillo roto de su saco. La imagen estaba en el silabario latinoamericano de Adrián Dufflock y yo tendría casi cuatro años cuando jugaba a que podía leer, mientras seguía con un dedo las líneas y contaba lo que recordaba qué mi mamá nos había leido a mis primas y a mí, o las lecciones que repasaba mi prima mayor. Para cuando cumplí los cuatro, ya podía leer a fuerza de hacer lo que hacemos los humanos para aprender a vivir: ver y repetir y claro, las ganas de tener en mis manos otros libros para leer, otras historias para contar, en lo que era mi muy  inicial aprendizaje para contar historias desde el papel o desde el escenario.
Desde entonces los libros me han acompañado y hecho su magia en diversas situaciones, me han presentado mundos nuevos, datos e historias, han mejorado mi vida en la medida en que aprendo cosas, han creado caminos de ladrillos amarillos, me han enseñado a pensar y tener una opinión propia, han pagado las facturas y puesto comida en mi mesa, me han ayudado a dormir a los niños cuando eran niños y me han llevado de viaje en la imaginación y en la realidad, como escritora y actriz.
Así pues, se comprende que los libros sean el objeto de un amor entrañable por mi parte, que en mi casa aparezcan en diversos lugares y que hayan algunos que leo cada año, como quien visita a un amigo muy querido, no porque sea importante, reconocido o sapientísimo, sino porque te lo pasas muy bien con ellos, o porque son capaces de componerte una mala semana en un par de horas de lectura, o porque ya te los puedes y avanzas hasta ese capítulo, poema o frase que sabes te hará sentir mejor.
A los libros no te los obliga ningún programa de literatura, ni plan nacional de lectura, ni examen de diez preguntas; más bien, si tienes la fortuna de que los adultos a cargo sean lo suficientemente sabios como para presentártelos en buena onda y te dejen a tu aire con ellos, que te los lean por lo divertidos o interesantes que son, que te permitan esa curiosidad apremiante por leer lo que la gente de tu casa o tus profes parecen que disfrutan tanto y que según creces te den nuevos compañeros, desde el reino de las hadas hasta historia, amor, ciencia ficción y revolución, seguro que el camino será tan interesante como tus compañeros de viaje.
Así que, ahora que lo pienso, estoy muy agradecida con mi mamá y mi abuela por los libros infantiles, las maravillosas enciclopedias de mi tía, las revistas de National Geographic de mi abuelo, las novelas del tercer ciclo y las obras teatrales de bachillerato.
Por eso le leía a mis hijos antes de dormir, para vivir eso bonito una vez más. Por eso disfruto escribiendo y contando historias, haciendo actividades de animación lectora, no solo para que los chicos y chicas ganen una nota, que está muy bien, pero también para que disfruten del maravilloso don de imaginación que nos ha sido dado a los humanos.
Gracias por la imaginación. Gracias por los libros.

Loading